Diez años de la caída de Gadafi y todo por resolver en Libia

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El dictador libio, derrocado en 2011, Muamar el Gadafi.

El 17 de febrero de 2011 daba comienzo una oleada de manifestaciones, protestas y enfrentamientos, enmarcadas en lo que se denominaron primaveras árabes, que tuvo por objetivo derrocar el régimen de Gadafi, el Gobierno de la Gran Yamahiriya. Las revueltas resultaron satisfactorias en ese sentido, el régimen de Gadafi no solo cayó, sino que el mandatario libio fue ejecutado a finales de ese año en un el último reducto que sus partidarios tenían en la localidad de Sirte.

La caída de Gadafi no sólo no trajo la democracia que reclamaba la juventud que salió a la calle en muchos países árabes, sino que Libia se sumió en una inestabilidad que ninguno de los intentos políticos que hubo en los años siguientes, fue capaz de revertir. La lucha entonces por la cuota de poder entre las diferentes facciones que emergieron tras la caída de Gadafi, ahondaron en la fractura de un país, que actualmente se encuentra prácticamente partido por la mitad, y con una región sur que va por libre.

En 2014, la sociedad libia fue llamada a las urnas con la idea de que los resultados de la votación serían aceptados por una sociedad y una clase política enfrentada. No fue así, y empezó entonces una nueva fase de la guerra que ha continuado enquistada hasta el día de hoy. Uno de sus protagonistas, Jalifa Haftar, ha liderado militarmente una de las dos facciones, con su el Ejército Nacional Libio, el LNA, llegó hasta las puertas de Tripolí en 2019 ante lo que parecía que la situación de Libia se estabilizaría mediante el uso de las armas.

Como en las ocasiones anteriores, tampoco resultó así. El empuje de Haftar, con el islamismo político que campaba al otro lado del tablero, en Trípoli, como objetivo, fue determinante para que actores con un gran interés en la llegada al poder de figuras próximas a los Hermanos Musulmanes, como Turquía, entraran en juego. También para que lo hicieran otras que acababan de expulsar a los Hermanos Musulmanes del poder, como fue el caso de Egipto.

Aunque desde entonces tuvo lugar un conflicto civil, el componente exterior ha tenido un gran impacto en su desarrollo. Turquía prestaba apoyo militar al GNA de Fayez al-Sarraj, una figura impuesta por Naciones Unidas que cuando llegó apenas tenía la capital libia bajo su control y que, para aumentarlo, tuvo que apoyarse en milicias islamistas provenientes de Misrata. Ankara también se encargó de suplir el lado del GNA con mercenarios que llegaron del conflicto sirio, otro escenario como el libio en el que las primaveras árabes se tornaron en una década agónica.

Por el otro lado, las fuerzas de Haftar contaban con apoyo ruso y emiratí, además del de Egipto y otros países de la zona que ven en la actitud turca un riesgo creciente. También ha contado con un errático y difuso apoyo político por parte de Francia, también de forma más clara de otros países como Grecia, viendo ambos el rol de Turquía en el conflicto como un problema a tener en cuenta.

Mientras tanto, la sociedad libia, pese a contar con una importante reserva de petróleo, ha tenido que sufrir la devastación de años de guerra, viéndose abocados a sufrir grandes problemas de abastecimiento, cortes en el suministro eléctrico y en el transporte y una continua degradación de la situación económica en la que vivían. El Abu Dabi en el que aspiraban a convertirse gracias a sus recursos energéticos fue una utopía. O, al menos, lo era hasta hace unas semanas.

Entre las tres partes del conflicto, contando las tribus del sur, se ha avanzado para poner fin a esta década de caos y guerra. El optimismo durante las primeras etapas fue contenido. La encargada de propiciar los encuentros que se han ido sucediendo entre representantes de diferentes ámbitos y con distintos objetivos, Stéphanie Williams, era la enésima enviada por Naciones Unidas para Libia, por lo que nada parecía aventurar que fuese a tener más éxitos que sus predecesores. El último, el libanés Ghassan Salamé, dimitió por motivos de salud.

No obstante, las reuniones que han ido desarrollándose en Marruecos, Suiza, Egipto y otros países, han ido dando pequeños, pero importantes, pasos, que han llevado hasta el punto en el que se encuentra Libia en la actualidad: con un alto el fuego vigente y mayormente respetado, con un grupo de expertos elaborando la futura constitución del país, y con un primer ministro y Consejo de la Presidencia de transición, recientemente elegidos entre representantes de las diferentes regiones, con el objetivo de dirigir el país hacia unas elecciones que tendrán lugar, si todo sigue sus cauces, el próximo 24 de diciembre.

El conjunto de los actores externos con influencia en la deriva del país, y los representantes de las facciones internas que se disputaban el control de Libia, han mostrado su apoyo a la elección de los encargados de liderar esta nueva etapa de transición, algo que, esta vez sí, ha elevado el optimismo no sólo en la comunidad internacional sino en una sociedad libia que, en palabras de Stéphanie Williams, «está exhausta». No obstante, los citados nuevos líderes libios, con Abdul Hamid Dbeibah y Mohamed Younes Menfi a la cabeza, deben elegir un nuevo Ejecutivo que ha de ser representativo e inclusivo, con el fin de que sea aprobado por los parlamentos de Trípoli y Tobruk.

Aguila Salé, presidente de la Cámara de Representantes de Tobruk, y uno de los que partían como favoritos para presidir el Consejo de la Presidencia, ha tratado con representantes de la región de Cirenaica la necesidad de apoyar el nuevo Gobierno, que debe ser presentado en los próximos días. También ha advertido de que Libia no debe precipitarse en la redacción de la nueva constitución, pues debe ser apoyado por la mayoría del pueblo libio.

Menfi se reunió precisamente con Saleh durante el pasado fin de semana en Al-Bayda, en la que sería la tercera visita a la región en apenas unos días, y que le ha llevado también por Bengasi y Tobruk, en un claro gesto de reconciliación entre las dos facciones enfrentadas. También tuvo un encuentro con Jalifa Haftar, pues una de las principales cuestiones a implementar es la unificación de las fuerzas libias, algo para la que el LNA ha mostrado su total disposición.

El presidente del Consejo de Transición, Younes Menfi, también ha recibido a representantes de las tribus touareg del sur, del área de Fezzan, que han manifestado su total apoyo al Consejo de Transición, en el que están representados por Musa al-Koni, y al primer ministro Dbeibah.

Dos claros ejemplos de que la situación avanza en la buena dirección, es la visita de una delegación egipcia, que se ha reunido con autoridades libias para discutir cuestiones vinculadas la cooperación en materia de seguridad, y la intención de reabrir la embajada egipcia en Trípoli. Esta visita es la primera de estas características desde 2014, un síntoma de que el futuro de libia parece despejarse. Mientras tanto, Dbeibah se ha reunido con el embajador de Malta en Libia, también para discutir sobre la reapertura de su embajada en la capital tripolitana, junto con un consulado en la ciudad de Bengasi.

Libia celebra así el décimo aniversario de la caída de Gadafi con un futuro más esperanzador que nunca, con la posibilidad de que la unificación del país y la estabilidad permita reconstruir el país gracias a su riqueza energética, un elemento cuyo control ha sido siempre motivo de disputa, y que ha sido ambicionado hasta por la presencia terrorista que durante varios años de esta década tuvo también un peso importante en el conflicto.

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